¿Qué dijo el papa Francisco en su última misa? Lea sus últimas palabras al público católico

Con el fallecimiento del papa Francisco este lunes 21 de abril de 2025 a los 88 años, debido a una neumonía doble, en su residencia de la Casa de Santa Marta en el Vaticano, el pasado Domingo de Pascua se convirtió en su última aparición pública.
Durante su comunicado este Domingo de Pascua, él ofreció su mensaje más esperado del año desde el Vaticano, con palabras de consuelo, advertencia y esperanza para un mundo golpeado por conflictos, desigualdad y desesperanza.
Aunque la Pascua es una fiesta cristiana que celebra la resurrección de Jesús, el mensaje del papa va más allá de lo religioso: es un llamado urgente a cuidar la vida, a trabajar por la paz y a no rendirse ante el miedo o la indiferencia.
Las palabras de la última misa del papa Francisco
Cristo ha resucitado, ¡aleluya!
Hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua!
Hoy en la Iglesia resuena finalmente el aleluya, se transmite de boca en boca, de corazón a corazón, y su canto hace llorar de alegría al pueblo de Dios en todo el mundo.
Desde el sepulcro vacío de Jerusalén llega hasta nosotros el sorprendente anuncio: Jesús, el Crucificado, «no está aquí, ha resucitado» (Lc 24,6). No está en la tumba, ¡es el viviente!
El amor venció al odio. La luz venció a las tinieblas. La verdad venció a la mentira. El perdón venció a la venganza. El mal no ha desaparecido de nuestra historia, permanecerá hasta el final, pero ya no tiene dominio, ya no tiene poder sobre quien acoge la gracia de este día.
Hermanas y hermanos, especialmente ustedes que están sufriendo el dolor y la angustia, sus gritos silenciosos han sido escuchados, sus lágrimas han sido recogidas, ¡ni una sola se ha perdido! En la pasión y muerte de Jesús, Dios ha cargado sobre sí todo el mal del mundo y con su infinita misericordia lo ha vencido; ha eliminado el orgullo diabólico que envenena el corazón del hombre y siembra por doquier violencia y corrupción. ¡El Cordero de Dios ha vencido! Por eso hoy exclamamos: «¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!» (Secuencia pascual).
Sí, la resurrección de Jesús es el fundamento de la esperanza; a partir de este acontecimiento, esperar ya no es una ilusión. No; gracias a Cristo crucificado y resucitado, la esperanza no defrauda. ¡Spes non confundit (cf. Rm 5,5)! Y no es una esperanza evasiva, sino comprometida; no es alienante, sino que nos responsabiliza.
Los que esperan en Dios ponen sus frágiles manos en su mano grande y fuerte, se dejan levantar y comienzan a caminar; junto con Jesús resucitado se convierten en peregrinos de esperanza, testigos de la victoria del Amor, de la potencia desarmada de la Vida.
¡Cristo ha resucitado! En este anuncio está contenido todo el sentido de nuestra existencia, que no está hecha para la muerte sino para la vida. ¡La Pascua es la fiesta de la vida! ¡Dios nos ha creado para la vida y quiere que la humanidad resucite! A sus ojos toda vida es preciosa, tanto la del niño en el vientre de su madre, como la del anciano o la del enfermo, considerados en un número creciente de países como personas a descartar.
Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo. Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres o los niños. Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes.
En este día, quisiera que volviéramos a esperar y a confiar en los demás —incluso en quien no nos es cercano o proviene de tierras lejanas, con costumbres, estilos de vida, ideas y hábitos diferentes de los que a nosotros nos resultan más familiares—; pues todos somos hijos de Dios.
Quisiera que volviéramos a esperar en que la paz es posible. Que desde el Santo Sepulcro —Iglesia de la Resurrección—, donde este año la Pascua será celebrada el mismo día por los católicos y los ortodoxos, se irradie la luz de la paz sobre toda Tierra Santa y sobre el mundo entero. Me siento cercano al sufrimiento de los cristianos en Palestina y en Israel, así como a todo el pueblo israelí y a todo el pueblo palestino. Es preocupante el creciente clima de antisemitismo que se está difundiendo por todo el mundo. Al mismo tiempo, mi pensamiento se dirige a la población y, de modo particular, a la comunidad cristiana de Gaza, donde el terrible conflicto sigue llevando muerte y destrucción, y provocando una dramática e indigna crisis humanitaria. Apelo a las partes beligerantes: que cese el fuego, que se liberen los rehenes y se preste ayuda a la gente, que tiene hambre y que aspira a un futuro de paz.
Recemos por las comunidades cristianas del Líbano y de Siria —este último país está afrontando un momento delicado de su historia—, que ansían la estabilidad y la participación en el destino de sus respectivas naciones. Exhorto a toda la Iglesia a acompañar con atención y con la oración a los cristianos del amado Oriente Medio.
Dirijo también un recuerdo especial al pueblo de Yemen, que está viviendo una de las peores crisis humanitarias “prolongadas” del mundo a causa de la guerra, e invito a todos a buscar soluciones por medio de un diálogo constructivo.
Que Cristo resucitado infunda el don pascual de la paz a la martirizada Ucrania y anime a todos los actores implicados a proseguir los esfuerzos dirigidos a alcanzar una paz justa y duradera.
En este día de fiesta pensemos en el Cáucaso Meridional y recemos para que se llegue pronto a la firma y a la actuación de un Acuerdo de paz definitivo entre Armenia y Azerbaiyán, que conduzca a la tan deseada reconciliación en la región.
Que la luz de la Pascua inspire propósitos de concordia en los Balcanes occidentales y sostenga a los actores políticos en el esfuerzo por evitar que se agudicen las tensiones y las crisis, como también a los aliados de la región en rechazar comportamientos peligrosos y desestabilizantes.
Que Cristo resucitado, nuestra esperanza, conceda paz y consuelo a los pueblos africanos víctimas de agresiones y conflictos, sobre todo en la República Democrática del Congo, en Sudán y Sudán del Sur, y sostenga a cuantos sufren a causa de las tensiones en el Sahel, en el Cuerno de África y en la Región de los Grandes Lagos, como también a los cristianos que en muchos lugares no pueden profesar libremente su fe.
Allí donde no hay libertad religiosa o libertad de pensamiento y de palabra, ni respeto de las opiniones ajenas, la paz no es posible.
La paz tampoco es posible sin un verdadero desarme. La exigencia que cada pueblo tiene de proveer a su propia defensa no puede transformarse en una carrera general al rearme. La luz de la Pascua nos invita a derribar las barreras que crean división y están cargadas de consecuencias políticas y económicas. Nos invita a hacernos cargo los unos de los otros, a acrecentar la solidaridad recíproca, a esforzarnos por favorecer el desarrollo integral de cada persona humana.
Que en este tiempo no falte nuestra ayuda al pueblo birmano, atormentado desde hace años por conflictos armados, que afronta con valentía y paciencia las consecuencias del devastador terremoto en Sagaing, que ha causado la muerte de miles de personas y es motivo de sufrimiento para muchos sobrevivientes, entre los que se encuentran huérfanos y ancianos. Recemos por las víctimas y por sus seres queridos, y agradezcamos de corazón a todos los generosos voluntarios que están realizando actividades de socorro. El anuncio del alto el fuego por parte de los actores implicados en ese país es un signo de esperanza para todo Myanmar.
Hago un llamamiento a cuantos tienen responsabilidades políticas a no ceder a la lógica del miedo que aísla, sino a usar los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y promover iniciativas que impulsen el desarrollo. Estas son las “armas” de la paz: las que construyen el futuro, en lugar de sembrar muerte.
Que nunca se debilite el principio de humanidad como eje de nuestro actuar cotidiano. Ante la crueldad de los conflictos que afectan a civiles desarmados, atacando escuelas, hospitales y operadores humanitarios, no podemos permitirnos olvidar que lo que está en la mira no es un mero objetivo, sino personas con un alma y una dignidad.
Y que en este Año jubilar, la Pascua sea también ocasión propicia para liberar a los prisioneros de guerra y a los presos políticos.
Queridos hermanos y hermanas:
En la Pascua del Señor, la muerte y la vida se han enfrentado en un prodigioso duelo, pero el Señor vive para siempre (cf. Secuencia pascual) y nos infunde la certeza de que también nosotros estamos llamados a participar en la vida que no conoce el ocaso, donde ya no se oirán el estruendo de las armas ni los ecos de la muerte. Encomendémonos a Él, porque sólo Él puede hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5).
¡Feliz Pascua a todos!
¿Qué es la Pascua y por qué este mensaje importa?
Para millones de cristianos en el mundo, la Pascua celebra que Jesús resucitó después de ser crucificado. Según esa fe, esto representa la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio.
Pero el papa usó esta ocasión para hablar no solo de fe, sino de temas muy actuales: las guerras, las crisis humanitarias, el valor de cada vida humana y la importancia de no perder la esperanza.
'¡Cristo ha resucitado!' … ¿qué significa la frase?
Aunque esta frase puede sonar muy religiosa, el papa la usó como una forma de decir: “la vida tiene sentido, incluso en medio del dolor.”
Insistió en que la esperanza no es una fantasía, sino una fuerza real que nos levanta cuando todo parece oscuro. “No fuimos hechos para la muerte, sino para la vida,” dijo Francisco.
El mundo necesita paz: el papa nombra los lugares más afectados
El mensaje fue también un mapa de los lugares donde hoy la vida humana está más en riesgo. El papa pidió detener los conflictos y ayudar a quienes más sufren:
- Gaza e Israel: pidió un alto al fuego, ayuda urgente para los civiles y la liberación de rehenes.
- Ucrania: llamó a un “regalo de paz” para este país devastado por la guerra.
- Myanmar: pidió solidaridad tras el terremoto y celebró que algunos grupos hayan anunciado un cese al fuego.
- Sudán, Sudán del Sur, Congo y otras partes de África: mencionó la violencia que muchas veces queda fuera del foco internacional.
- Armenia y Azerbaiyán, los Balcanes, Yemen, Siria y Líbano: pidió diálogo y acuerdos reales de paz.
Además, pidió libertad para los presos políticos y prisioneros de guerra, un gesto simbólico para sanar heridas.
¿Qué significa esto para nosotros?
En un país como Estados Unidos, donde muchas comunidades —incluida la hispana— enfrentan desafíos como la migración, el racismo, el acceso a la salud y la polarización social, el mensaje del papa es un recordatorio de que la fe puede ser motor de cambio, pero también lo pueden ser la humanidad y la compasión.
Este no fue un discurso para los ultra religiosos. Fue un mensaje para cualquiera que crea que otro mundo es posible y que todavía vale la pena intentarlo.
El Papa Francisco usó la Pascua para recordarnos algo esencial: no estamos condenados al odio ni a la guerra. Podemos vivir de otra manera. Y si queremos paz, necesitamos construirla con acciones concretas: con solidaridad, respeto y con la firme decisión de valorar la vida, toda vida. Boris Q’va es reportero nacional de noticias en tendencia en español para Connect / Paste BN. Puedes seguirlo en X como @ByBorisQva o escribirle al correo BBalsindesUrquiola@gannett.com.